sábado, 15 de enero de 2011

¡YO FUI MOZO DE ALAN GARCÍA...!


Suplemento Dominical del diario La Industria de Trujillo del 19 de enero de 1986 que describe los detalles del almuerzo privado de Alan García en Huanchaco...












“Ningún obstáculo, por más difícil que

parezca, podrá impedir cumplir

con la misión periodística…”

(Cronos)


La labor periodística, a pesar de tener como único objetivo conseguir los datos para elaborar la información, posee mil facetas.


De acuerdo a las circunstancias, en algunas ocasiones, el hombre de prensa se ve obligado a desarrollar tareas que jamás imaginó.


Las ejecuta con la única finalidad de buscar la noticia y encontrar la verdad de un suceso.


Hay días en que uno sale del centro de trabajo con un propósito definido: cumplir la comisión. Pero se estrella con una realidad que es diametralmente diferente a lo que se había planificado.


Tal como ocurrió la mañana del martes 14 de enero de 1986, hace exactamente veinticinco años, en la sala de redacción del diario La Industria, En los inicios del primer mandato de Alan García Pérez.


El presidente había arribado a Trujillo ese día muy temprano para visitar las cooperativas agrarias de producción azucarera del valle Chicama.


Según el informe oficial, el mandatario y su comitiva se trasladarían a Casa Grande al mediodía para almorzar. Por la tarde, estaba programado un mitin en la plaza de Armas de nuestra ciudad.


La comisión principal que había recibido era entrevistar a la primera autoridad del país acerca de sus impresiones del recorrido y los aspectos trascendentes de su gobierno.


Alrededor de la once, coordinando por teléfono con otros colegas, me enteré que el punto de encuentro para cumplir con mi labor había sido cambiado.


A última hora se escogió el entonces popular restaurante Lobo Marino, de propiedad de la familia Arzola, en el balneario de Huanchaco.


Sin perder tiempo, me trasladé a la tradicional caleta. Pronto localicé el lugar. Estaba abierto, pero vacío. Muy bien arreglado y con el piso impecable.


Ingresé y, para confirmar el informe, pregunté a un joven que se esmeraba en limpiar las mesas:


-- ¿Es cierto que aquí va a comer el Presidente…?


-- Si, contestó a secas.


No insistí y me paré en la puerta de entrada, aprovechando para protegerme del intenso y sofocante calor de verano.


Por un instante, pensé dar una vuelta por los alrededores, pero finalmente, opté por esperar con paciencia a la delegación.


Exasperado por la demora, daba algunos pasos, cruzaba los brazos o los ponía en la cintura. De pronto, distinguí a lo lejos una hilera de vehículos levantando gran polvareda.


Son ellos, dije para mis adentros e, instintivamente, me introduje en el recinto tratando de buscar un sitio estratégico que me permitiera actuar con soltura.


En efecto. El primero en entrar fue Alan García. Eran las dos y diez minutos de la tarde. Mucho más esbelto y con casi la mitad de los kilos que ahora pesa. Bonachón como siempre. Vestía camisa celeste con manga larga y pantalón azul marino.


Lo hizo presto, como es su costumbre. Con la frente alta, el pecho erguido y los hombros tirados para atrás. Estirando las piernas al caminar. A unos metros, lo seguía su séquito.


Al volver la mirada quedé absorto. Una barrera humana formada por la guarnición de honor, agentes de seguridad, policías de investigaciones y guardias civiles, se colocaron en la puerta impidiendo el ingreso de los periodistas. Eso indicaba que se trataba de un almuerzo en privado.


Mientras veía de reojo a los colegas de los medios de información locales y capitalinos, incluyendo camarógrafos del canal de estado forcejeando por burlar la vigilancia sin lograrlo, traté de encontrar un lugar disimulado y seguro.


Me ubiqué, en forma diagonal, a unos tres metros de la mesa principal, sin dejar de lamentar que cumplir la misión encomendada, era imposible.


Cualquier actitud de mi parte para dirigirme al presidente, hubiese despertado sospechas revelando mi identidad y terminaría siendo desalojado a empellones


Sin embargo, el olfato periodístico me decía que no debía perder la excepcional oportunidad de ser el único reportero que participaba en un evento de esas características.


Entonces tomé, lo que sería para mí, una sabia decisión. No saldría con las manos vacías del Lobo Marino. Como sea, tenía que obtener los datos indispensables para escribir mi noticia.


(Años más tarde, el desaparecido sicoanalista Marcos Gheiler, en relación con el poder diría que parte del trabajo de los periodistas es descubrir cosas ocultas, porque todos tenemos el derecho de saber quiénes son los políticos más allá de su máscara).


No me quedó otra alternativa que observar los mínimos detalles y movimientos de Alan. Mis ojos se concentraron en su persona. Me volví su “perro guardián”


Según el desarrollo, los pormenores y el tono de voz que imprimían los comensales, trataría de escuchar lo que conversaban entre ellos que sumaban unos treinta. Siempre con el mayor sigilo.


Así constaté que el jefe de estado empezó degustando, con singular avidez, un plato de cebiche de pescado, seguido de otro de jugosa chita guisada con numerosas yucas.


Luego vinieron los cangrejos reventados al ajo que resultaron tan exquisitos y apetitosos que lo obligó a tirar los cubiertos a un lado, comer con sus propias manos y hasta chuparse los dedos.


Como era suponer, yo estaba sin almorzar y, mientras me pasaba la saliva mirándolo saborear con tanto afán, unas palabras dirigidas a mi, me apartaron del estado de abstracción en que me encontraba.


Contra todo pronóstico, el presidente me estaba ordenando algo. ¡Increíble…! Se dirigía a mí. Oiga, pero yo aquí soy un anónimo, sostuve mentalmente.


Sobresaltado, y sin desearlo, me estaba convirtiendo en el protagonista de la noticia que tanto buscaba.


Ya repuesto, respiré profundo, fruncí el seño y abrí bien los ojos. En milésimas de segundos alcancé a descifrar el siguiente mensaje:


-- ¡Compañero…! Un plato de mococho con papas. Solo. Sin cangrejos…


(¿Compañero…? Acepté la expresión haciendo un pequeño mohín solo para que no me expulsen. Porque los verdaderos periodistas no pertenecemos a ningún partido político).


De aquí no me saca nadie, dije entre dientes. Enseguida, sin inmutarme en lo mínimo, con mucha frialdad, me acerqué a la mesa y respondí:


-- Con todo gusto. Señor Presidente…


Fui a la cocina. Formulé el pedido, especificando que era para Alan y esperé que me entregaran el recipiente para llevarlo yo mismo.


En efecto, con el mayor cuidado y al mismo tiempo con firmeza, lo puse a su disposición diciendo:


-- Servido, Señor Presidente


Fue un instante crucial. Como es lógico, las autoridades locales que lo rodeaban, me conocían e identificaron de inmediato. Por ser periodista, todos eran mis amigos


El primero en observarme fue el ingeniero José Murgia Zannier, quien en aquel entonces se desempeñaba como ministro de Transportes y Comunicaciones. Inclinando el cuello a un costado esbozó una sonrisa sin quitarme la mirada.


Lo siguió, moviendo levemente sus lentes Arnaldo Estrada Cruz, quien era el Prefecto de La Libertad y Luis Santa María Calderón, Alcalde de la ciudad, quien alcanzó a susurrar mi nombre con aire de sorpresa.


Unos minutos más y el almuerzo había concluido. Alan, que ya daba muestras de su gran apetito consumiendo cuatro platos repletos, se puso de pie y dio la orden de salir.


Aproveché el alboroto para recorrer las mesas con la vista. Conté siete botellas vacías de cerveza. Las demás eran gaseosas y agua mineral.


Murgia hizo el intento de sacar la billetera, pero intercedió Santa María quien habló con el hijo de la dueña para que le enviara la cuenta.


El reloj marcaba cinco para las tres de la tarde.


Veinte minutos después, Alan ingresó a la habitación 23 del hotel de Turistas, hoy Libertador. Luís Alva, lo hizo en la 24.


Mi trabajo había terminado. Al atardecer escribiría mi artículo. Cuando regresé a casa, quería comerme hasta los platos.


A partir del día siguiente, cada vez que me encontraba a lo lejos con mis amigos me gritaban: “¡Mozo…!”. Solo me quedaba sonreír.


Con el tiempo, se cansaron y dejaron de hacerlo. Aunque no faltaban los que se acercaban para que les relate las incidencias del hecho.


Así quedó entre mis experiencias haber sido el único hombre de prensa que participó en un almuerzo presidencial privado. Con el ingrediente de haber sido confundido con un mozo.


Fue una de las más originales, imprevistas, graciosas e inolvidables anécdotas de mi vida como periodista…


LOS DIÁLOGOS SECRETOS


En medio de las palabras de diferente tono que se entrecruzan en esta clase de reuniones, traté de agudizar el oído al máximo con la finalidad de obtener lo más provechoso para estructurar mi información.


La primera conclusión que extraje fue que Alan estaba muy contento y optimista. Entre cucharada y cucharada que ingería hacía algunas bromas.


Hablaba de otros viajes realizados al interior del país y ciertas ocurrencias que se habían presentado.


En eso, intervino Arnaldo Estrada para informarle que un colaborador empresario local había donado cien palanas para Chavimochic.


De inmediato, Alan contestó:


-- Entonces el prefecto debe donar el sueldo de todo un año…


Alguien de la mesa comentó que en este viaje el presidente había traído entre sus guardaespaldas a gente de mayor talla.


La vez pasada apenas llegaban al metro sesenta y todos lo asediaban. En esta ocasión el más pequeño mide uno noventa, añadió.


-- Bueno, ahora estaré más protegido, sostuvo el gobernante.


Sobre la anterior visita, el mandatario recordó que fue acompañado por el prefecto de aquel entonces. Y comentó:


-- Esa vez, la primera autoridad del departamento me abandonó, lo que no ha ocurrido ahora…


Y poniendo especial interés en el discurso que daría más tarde a la población.en la plaza de Armas, recordó que durante una anterior visita a Trujillo, el sistema de parlantes falló de manera lamentable, por eso preguntó:


-- ¿Está todo previsto…?


-- Si Señor Presidente. Todo está previsto, contestó el prefecto.


Alan replicó:


-- Las previsiones a veces fracasan y si vuelve a ocurrir en Trujillo, voy a tener que repartir mi mensaje en hojas volantes, colocando luego de cada párrafo, aplausos.


Todos soltaron la risa a carcajadas…

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