viernes, 11 de marzo de 2011

"¡NO PARECÍA UN TERREMOTO, SINO UNA BOMBA...!"





Una embarcación sobre un edificio en la zona siniestrada...
(Foto captada de la tv japonesa).
(Diálogo sostenido entre este
 bloguero y su hijo,  testigo
del terremoto en Japón)

Siempre nos enseñaron en Japón a no tener miedo a los movimientos terráqueos. Lo decían las autoridades y se repetía como lema cada mañana en el trabajo.

Pero, la experiencia vivida la tarde del 11 de marzo del 2011, jamás se borrará de mi memoria.

Laborábamos, como de costumbre, en la empresa de Shimotsuma-Shi, ciudad ubicada a unos sesenta kilómetros de Tokio, en la prefectura de Ibaraki.

De repente, la tierra comenzó a temblar. Seguimos en la tarea, pues eso es lo más común en el archipiélago.

Sorprendido nos miramos las caras al notar que el remezón, en lugar de cesar, aumentaba de intensidad y las luces se apagaron.

Entonces optamos por dejar las herramientas y salir caminando hacia el patio, mientras el ruido sordo de esta clase de fenómenos fungía de de terrorífico marco sonoro a estos instantes de pavor.

Conjuntamente con los jefes, todos guardamos la calma, aunque la primera idea que pasó por nuestra mente fue salir corriendo con dirección a nuestras casas.

No obstante, nos pidieron que debiéramos permanecer aún en el recinto, mientras uno de los “hanchos”, como se llama a los jefes de sección, comenzaba a contarnos uno por uno.

Para felicidad nuestra, estábamos completos e ilesos.

Solo después de transcurrida media hora, nos permitieron salir, luego de recordarnos las recomendaciones pertinentes.

Mientras lo hacíamos, uno de los coordinadores alcanzó a decir:

-- Pueden irse, pero no olviden que aún falta terminar el pedido…

En el carro, rumbo al hogar, pude constatar que los vehículos se movilizaban muy despacio por razones de seguridad y la inoperabilidad de los semáforos carentes de luz.

Algunas viviendas se habían derrumbado, al igual que numerosos muros delanteros. Muchas tejas de los techos cubrían la pista que mostraba serias rajaduras y se había hundido por partes.

Ya en casa comprobé que parte del agua de las dos grandes peceras que tengo se había caído, así como algunos libros y pequeñas cosas que estaban en las partes altas.

Mientras tanto en Trujillo, como siempre, después de encender la latop, en las primeras horas de la mañana, quedé petrificado al leer y observar las noticias de lo sucedido en Japón.

La primera reacción fue acudir al messenger y el correo electrónico, para comunicarme con mi hijo, pero resultó imposible.

Otra alternativa fue el celular donde, por obligación, deben marcarse cerca de veinte números con servidor y todo. Pero nada.

Insistimos una y otra vez, casi discutiendo con mi esposa. Culpándonos mutuamente, como clara muestra de desesperación por no saber realizar los contactos respectivos.

En ese momento, no sabíamos que la luz y el teléfono dejaron de funcionar a causa del sismo. Recién a las diez de la mañana (medianoche en Japón), logramos comunicarnos:

-- Hijo. ¿Estás allí…?

-- Hola papi. Todo bien. Hace un rato acaba de reponerse la energía eléctrica por algunas zonas de la ciudad. Hemos tenido suerte.

Mientras lo escuchaba, trataba de librarme del nudo que se me había formado en la garganta, al tiempo que recobraba el aliento.

Así nos enteramos que durante toda la tarde duró el apagón en la ciudad. Recién se restableció a las ocho de la noche, diez de la mañana del viernes, hora de Perú.

La conversación continuó un poco más animada. Así relató que por la tarde fue a comprar a un mall que se encontraba colmado de personas.

Muchas cosas estaban en el suelo, pero ni la más mínima manifestación de vandalismo. La gente las recogía, las colocaba en cestas y acudía a la ventanilla de pago.

Sólo era posible cancelar en efectivo y, en algunos casos, se cobraba por aproximación, con la finalidad de agilizar la atención. Siempre favoreciendo al cliente.

Las compras se suscribían a mochilas, galletas, sopas ramen (instantánea y favorita de los japoneses), mantas, pilas, linternas y radios portátiles.

Al regresar notó que muchas personas no se encontraban en sus casas. Habían acudido a los parques, gimnasios escolares y albergues señalados con anticipación.

El diálogo es interrumpido cada cinco o siete minutos por las réplicas que se repiten casi en forma cronométrica y se anuncia deben durar más de un mes.

La situación se complica por que el país se encuentra en pleno invierno, hace unos días nevó y la temperatura actual bordea los cero grados. Así que permanecer a la intemperie resulta sumamente penoso.

Periódicamente, por radio y televisión, se informa en varios idiomas sobre los lugares a los que se debe acudir en caso que haya necesidad de evacuar

Las imágenes que se observan revelan un paisaje desolador. Escombros y caos por todos lados es el común denominador.

Son cerca de la una de la madrugada del sábado 12. El suelo continúa agitándose, pero debemos despedirnos.

-- Bien. Y ahora, ¿Qué piensas hacer…?

-- No sé si podremos dormir con tanta réplica. De todas maneras lo haremos con la televisión prendida en caso que informen sobre alguna emergencia.

-- Nos quedaremos en casa hasta donde soportemos. De lo contrario tenemos que salir a algún refugio. Lo mejor es estar siempre preparados…

-- Bueno hijo. Estamos en comunicación. Mañana hablamos. Cuídate bastante. Te quiero mucho…







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