lunes, 5 de octubre de 2015

SÍ, ES MI LETRA: ¿RECUERDAN EL TINTERO Y LA PLUMA…?

El tintero y la pluma que nos dieron tantos dolores de cabeza en la infancia....

  (Advertencia: Este artículo está exento de toda contaminación política).
             
Lo que son las cosas, el sonado caso de las agendas y la frase: “la verdad es mi letra…” me trasladaron a mediados del siglo anterior y revivieron lejanas huellas escolares que consideraba olvidadas
             
Ese repentino, casi inconsciente y gracioso viaje al pasado me ubicó dentro del aula, con piso de madera protegida con petróleo, del cuarto año de primaria, en la escuela fiscal 280 “Enrique Guimaraes”.
             
Funcionaba en una casona colonial situada en la quinta cuadra del jirón Independencia, a solo unos cuantos pasos de la Plaza de Armas de Trujillo.
             
Aunque parezca raro, el curso de caligrafía era una de las asignaturas que causaba más dificultades en nosotros, los pequeños estudiantes.
             
Tenía el objetivo de perfeccionar nuestra manera de escribir manuscrita. Aspecto fundamental en el sistema educativo de ese entonces.
             
Se trataba de una materia esencialmente práctica desarrollada en un cuaderno especial de  renglones amplios y espaciados.
             
Cada tarea consistía en trazar líneas de arriba abajo con inclinación fija, círculos y figuras ovaladas de derecha a izquierda y al revés.
            
Hasta allí, iba bien. El problema surgía porque el trabajo no se hacía con lápiz, sino utilizando pluma y tinta que era lo único que existía en la época.
            
Ambos se empleaban en todo lugar. En las escuelas, las carpetas tenían agujeros para colocar los tinteros que cada alumno llevaba desde su casa.
            
La pluma era una pequeña pieza curva de metal terminada en punta sostenida en la ranura de un tosco mango de madera.
             
Para escribir había necesidad de introducirla dentro de un pomito de vidrio que contenía la tinta, generalmente, de color azul.
             
Como es de suponer, el líquido duraba poco y el tedioso proceso de llevar el instrumento al frasco se repetía innumerables veces.
             
Aparte que hacer rayas y círculos uniformes en una y otra dirección con una pieza metálica resultaba un verdadero martirio.
            
La tinta se extendía o demoraba en secar, el aparatito raspaba, se atracaba, el metal se malograba, apretabas fuerte y rompías el papel o producías un manchón.
             
Con el tiempo, apareció la pluma fuente o estilográfica que contenía la tinta en un estuche interior y fue más funcional. Pero, costaba demasiado caro.
             
Felizmente, pronto se inventó el bolígrafo que usamos en la actualidad. Invadió el mercado mundial y terminó con el suplicio.
            
La caligrafía, que tantos dolores de cabeza nos dio en la infancia, me sirvió de mucho al titularme como profesor en la Universidad Nacional de Trujillo.
            
Mejoró mis manuscritos. Mi carácter favorito fue la llamada letra de imprenta, similar a las que conocemos hoy como arial o century.
 
Clase del recuerdo el 2009 con una promoción del Politécnico "Marcial Acharán"...
              
Recuerdo que, por hacer malabares con los cuadros sinópticos en la pizarra de las aulas del Politécnico Marcial Acharán, los chicos me  apodaron: “Ticita”
             
Algunos ex alumnos, ahora ya canosos padres de familia, suelen saludarme aún así cuando nos encontramos en las calles del centro histórico.
             
Las famosas agendas de Nadine refrescaron la memoria y trajeron a mi mente la escena del severo maestro primario quien, revisando mi cuaderno de ejercicios, me preguntaba:
            
 -- Freddy ¿Ésta, es tu letra…?
             
-- Si, profesor, es mi letra…

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